5 de juliol del 2011

“Dikela La Mina”: el uso del espacio urbano como resistencia a la utopía urbanística de la Gran Barcelona. - Giuseppe ARICÓ

“Si las sociedades se mantienen y viven, es decir, si los poderes no son en ellas absolutamente absolutos, es porque, tras todas las aceptaciones y las coerciones, más allá de las amenazas, de las violencias y de las persuasiones, cabe la posibilidad de ese movimiento en el que […] los poderes no pueden ya nada y en el que […] los hombres se sublevan”.
(Michel Foucault, 1999: 203)

1. La Mina: ¿utopía de la modernidad?
Mi proyecto se enmarca en el conjunto de procesos de transformación urbana puestos en marcha con uno de los mayores planos urbanísticos de la historia de Barcelona, él conocido como 22@BCN –vinculado a los proyectos Diagonal Mar y Forum Universal de les Cultures 2004- y tiene como objeto de análisis el barrio de La Mina situado en el municipio de Sant Adrià de Besòs. El barrio de La Mina representa uno de los numerosos polígonos de viviendas sociales nacidos a finales de los 60 como respuesta y “emergencia” al proceso de realojamiento de algunos de los núcleos “chabolistas” presentes en el territorio de Barcelona (principalmente La Perona, Montjuïc y el Camp de La Bota). El propio estado de “emergencia”, en el cual fue planeado y edificado el barrio entre 1957 y 1975, hizo que, desde el principio, La Mina padeciera a diferentes escalas problemas como el abandono sistemático, viviendas de mala calidad y equipamientos inexistentes o deficientes. En secundo lugar, su limitada comunicación con el resto de de la ciudad condicionó profundamente el aislamiento urbano del barrio a lo largo del tiempo, colocando a sus residentes en una posición de desventaja política, social y económica. Por otra parte, la construcción del otro por parte del imaginario popular desembocó en una verdadera “mitología del miedo” sobre La Mina y sus residentes, tanto que se acabó por identificar al barrio con la delincuencia, la drogadicción, la violencia y la pobreza.
Después de más de 20 años de intervenciones, a finales de los 90 se creó el Consorci del Besòs para la gestión de una actuación social y urbanística definitiva en el barrio: el Plan de Transformación del Barrio de La Mina 2000-2010 (PTBM). Sin embargo, este Plan diseñado para La Mina y sus zonas contiguas suscita una fuerte oposición por parte de un sector muy considerable de sus residentes. Es más, según la Plataforma d’Entitats i Veïns i Veïnes de La Mina el PTBM dejaría incumplidos muchos de los objetivos sociales propuestos, enfocándose más bien hacia el beneficio urbanístico y los intereses privados del mercado inmobiliario. De hecho, a partir de la puesta en marcha del Consorci del Besòs, y junto al detonante que supuso el Fórum, la urbanización del terreno comprendido entre la Rambla de Prim, la Gran Via, el río Besòs y el mar se ha convertido en un proyecto fuertemente cohesionado e importantísimo. Se prevé un campus universitario, zona de negocios, residencia de estudiantes, pisos de venta libre, de alquiler y de protección oficial, equipamientos de barrio y para “toda la ciudad”, y todo ello mediante un potente programa social. Exactamente por este propósito, el proyecto del Fórum 2004 podría representar la mayor justificación al PTBM. En la página 22 del Projecte Bàsic d'Ordenació del Front Litoral, y más en concreto en el punto 5.5-Ordenació Litoral, se lee lo siguiente:
“La recuperació de l’extens litoral comprès entre l’eix de Bac de Roda (Barcelona) fins a la desembocadura del Besòs (Sant Adrià) és clarament una operació urbanística excepcional, no només per l’envergadura i escala de transformació que suposa, sinó especialmente perquè ve a culminar la recuperació urbana del front litoral iniciada amb motiu del 1992, i perquè significa extender-la fins als municipis costaners del Barcelonés”.
En esta dirección, el PTBM podría plantearse como el ejercicio de un urbanismo que desea recapturar unos espacios y un patrimonio bajo una retórica de recuperación urbana muy parecida a esa retórica “mesiánica” y de “redención social” que caracterizó el urbanismo propio de la Gran Barcelona desde la etapa preolímpica, y que en el caso de La Mina podría llegar a alcanzar su culminación. En definitiva, si en el pasado la creación de La Mina podía verse como la respuesta a una necesidad política del régimen tardo-franquista (y no a una necesidad de carácter social), hoy en día este gran plan de “regeneración urbana” debería ser entendido dentro el marco de referencia de la globalización y la competencia actual entre ciudades. Con base en lo anterior, se deriva una primera hipótesis: ¿podría el barrio de La Mina representar la materialización espacial de una utopía urbanística de la modernidad; una modernidad que se constituye excluyendo a determinados grupos sociales del uso del espacio? Para entender cómo puede configurarse este proceso de exclusión, hay que analizar el contenido del Plan y evaluar cual podría ser el impacto social de las transformaciones urbanas hacia sus habitantes. A grandes rasgos, los ejes de actuación del Plan son los siguientes: erradicar la delincuencia; frenar las actitudes incívicas; reducir el nivel de pobreza; conectar el barrio con el Forum de les Cultures; construir una “imagen positiva” del barrio; hacer un barrio atractivo “donde la gente quiera vivir” a través de actuaciones en la vivienda y el acondicionamiento de los espacios urbanos.
Desde el punto de vista urbanístico, uno de los aspectos más significativos del Plan consistía en explotar el proyecto del Forum: un aspecto que impulsó la expansión del barrio hacia el litoral, prolongando las calles y edificando nuevas viviendas sociales para realojar las personas que fueran desalojadas de los edificios más degradados. Sin embargo, en la actualidad resulta realizado aproximadamente sólo el 20% de la vivienda social, mientras las viviendas de venta libre –destinadas a personas ajenas al barrio- han sido terminadas ya desde hace tiempo. De ello emerge claramente una situación de precariedad de la vivienda que afecta a una parte considerable de los residentes. Desde el punto de vista social, las operaciones urbanas en La Mina pueden contemplarse como el desencadenante definitivo de profundas transformaciones que van a garantizar una cierta normalidad social al poder actuar contra “núcleos incívicos” eliminándolos. A este propósito, destacan dos intervenciones principales: el “derribo de algunos bloques” (como los de la calle Venus y Saturno, que según la prensa son considerados el “corazón del narcotráfico y la delincuencia”), y el “esponjamiento de la densidad”, lo cual implica la creación de zonas de libre acceso mediante el corte de los tres primeros pisos de algunos bloques de viviendas. Estas intervenciones de carácter urbanístico y social, que supuestamente constituyen la base de la estrategia de gestión y control social del barrio, en realidad actuarían como una especie de “microcirugía urbana” que puede afectar irremediablemente la reproducción de las relaciones sociales de los residentes.

2. La “violencia” del espacio.
Tal como reconoce el mismo Consorci, los objetivos sociales del Plan representan todavía el gran asunto pendiente del barrio. Explicar todas las razones del relativo fracaso del Plan generaría un debate muy largo, pero podemos limitarnos a decir que las principales causas han sido la distancia administrativa y la falta de diálogo entre el Consorci y el tejido asociativo del barrio, con la consecuencia de centrar el trabajo social en los efectos y no en las causas de las problemáticas de La Mina. Este mismo factor ha causado que las intervenciones urbanísticas más importantes fueran realizadas con una “impostación de fachada”, es decir delatarían una “transformación” apreciable sólo desde fuera, en un nivel arquitectónico exterior, pero en el fondo no ofrecerían ninguna funcionalidad social para los vecinos del barrio. El hecho es que, en el procedimiento de planificación de los espacios de nueva construcción, no se ha hecho caso a las propuestas avanzadas por los vecinos, que reclaman un trabajo de intervención urbanística desde dentro.
A este propósito, es interesante señalar que según una parte bastante considerable de los residentes, la estructura urbana de La Mina no representa exactamente su principal problema. Y por parte de otros residentes, tampoco habría que considerar un problema especial la presencia de una minoría integrada en la “economía delictiva”. No obstante, gran parte de los residentes entrevistados coincide plenamente en que el principal problema del barrio, y que estigmatiza el conjunto de su población, es que en La Mina el espacio público, desde los rellanos de las escaleras hasta las calles y las plazas, estaría ocupado por una “minoría incívica”. Según esta parte de residentes, las “conductas negativas” de esta minoría incidirían poderosamente en los factores de convivencia dentro el barrio, dificultando sensiblemente el deseo de su conservación. En La Mina este fenómeno se manifiesta en diferentes formas, pero personalmente creo que la más importante es la que se puede observar en las escaleras, donde se produce un deterioro de la convivencia a partir del maltrato del propio espacio físico que efectuarían determinados vecinos. Este factor de deterioro incide en la sensación de desposesión del lugar e inseguridad que sienten los demás, y parece agravarse con la cantidad de vecinos que usan un determinado núcleo de escaleras o un portal. Por lo tanto, la intervención negativa de unos pocos incide decisivamente en la moral privada y en la imagen pública de un número importante de vecinos. En efecto, desde este punto de vista, La Mina parecería como el “espejo deformado” de una comunidad precaria e inestable, y distorsionada por la presencia de una “minoría incívica.
Sin embargo, personalmente discrepo en cierta forma con esta visión, y creo más bien que, para entender lo que estaría realmente pasando en La Mina, es imprescindible analizar la realidad social del barrio en función de su evolución urbana. En esta dirección, el aspecto más importante es que el PTBM parece no haber todavía producido resultados concretos: desde hace más de 10 años un número importante de vecinos está esperando de ser realojado, pero aún no sabe ni donde, ni como, ni cuándo. De aquí que, en La Mina la precariedad y el condicionamiento de específicos sectores espaciales incidirían notablemente en determinadas formas de comportamiento entre los vecinos. Creo que estos comportamientos pueden verse como el síntoma de un estado de malestar con el espacio, que por parte de esa minoría incívica se expresaría a través de un sentimiento de precariedad y de no pertenencia al entorno habitado que acaba – en ocasiones- dando literalmente lugar a conductas “conflictivas” y/o “incívicas”. De ello se deriva una segunda hipótesis: ¿podría La Mina representar la evidencia de cómo el espacio puede convertirse en un dispositivo de “violencia simbólica” en contra de los grupos sociales que lo habitan, trastornando indirectamente la espontaneidad y la flexibilidad de sus relaciones sociales?
Para sustentar esta hipótesis, podríamos entender la actual re-producción de las relaciones sociales en La Mina como un conjunto de dinámicas de oposición entre órdenes espaciales diferentes. Es decir, un orden relacional que se manifiesta de forma espontanea en el interior del barrio, en contraposición a un orden sustancial impuesto de forma racional desde el exterior. De hecho, creo que La Mina se configuraría como un espacio donde la idea de “civismo” ha acabado por ser utilizada como una verdadera categoría de adscripción y pertenencia fundando separaciones sociales entre los residentes que no necesariamente son absolutas, sobre todo cuando se las compara con estratos y referentes de clase.
3. Usos simbólicos del espacio público.
En mi opinión, esta “minoría incívica” representa potencialmente una diferencia, es decir una excepción respecto a la “normalización” del barrio. Pues, creo que justo esta excepción sería enormemente significativa en tanto que representa un grupo humano cuyas estrategias y procesos de simbolización expresan un sentido de apropiación del espacio público, y que responde idealmente a las concepciones erróneas de la opinión pública hacia el barrio. En definitiva, las preguntas que nos ponemos son las siguientes: ¿es posible que una parte de los residentes de la mina se constituya como una comunidad divergente respecto a un Poder que tiende a re-significar el espacio urbano en formas y maneras que cuestionan la reproducción espacial de las relaciones sociales? Y, ¿hasta qué punto las prácticas socioculturales desplegadas por parte de esos vecinos pueden representar un ejemplo de resistencia a una “utopía urbanística neoliberal”, en forma de proyectos del capitalismo global que reproducen la desigualdad?
Posiblemente, las formas y maneras en que cada uno de los grupos de residentes usa el espacio público de La Mina, podrían simbolizar una lucha más amplia por darle un sentido al espacio. Pero, con respecto a esa “minoría conflictiva”, creo que sus formas y maneras de uso del espacio revelarían más en concreto un dispositivo de resistencia a ese orden racional espacialmente impuesto. Ahora bien, esta resistencia sería parte de la estrategia del cómo personas sistemáticamente excluidas de la ciudadanía y la “normalidad” negocian sus límites, e insisten sobre la inclusión desplegando fuerzas y formas alternativas de vivir en sociedad (es decir: “actividades irregulares”, “comercio de droga”, “incivismo”, etc.). Por lo tanto, las conductas de dicha minoría no deberían ser observadas en función de su carácter positivo o negativo, sino por su valor potencialmente simbólico, y en este caso, como símbolo de una acción contestataria frente a esas prácticas de “transformación” del espacio urbano. En este sentido, el eco de las retoricas racionalistas de la Gran Barcelona se contrarrestan con el análisis e interpretación de un espacio físico y humano del cual emanan diferencias y procesos de resistencia, una resistencia que se manifiesta y se realiza en el uso simbólico del espacio público.

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